8.7.13

¡Nos mudamos!



El día que inicié este blog lo hice con la intención práctica e ingenua de mostrar a mi reducido círculo de allegados pequeños fragmentos de vivencias, literatura o sentimientos que me apetecía compartir. Desde aquel primer post ya han pasado ocho años en los que hemos evolucionado juntos, aumentado los lectores, compartido muchos momentos de ilusión. Éste es uno más, fruto de esa evolución, en la que no se perfila un adiós, sino una mudanza.

Porque las vivencias también ocupan lugar y es necesario airear los recuerdos para que vuelvan a tomar cuerpo. A partir de ahora, espero seguir contando con vosotros en mi nueva etapa, porque sigo necesitando de vuestras lecturas, sugerencias, palabras de apoyo, de discrepancia y de cariño, para poder seguir creciendo juntos.

Muchas gracias por estos ochos años, ¡os espero los próximos cien!





3.6.13

Un mercado al aire libre y cierre de la aventura

Aún así, por la mañana el jueves, antes de iniciar el periplo de regreso a casa, pudimos acercarnos al Kensington Market, la parte más activa, bohemia y alternativa de la capital canadiense, declarada Patrimonio histórico del país desde 2006. Parece ser que cuando la primavera y el buen tiempo se empieza a instalar en la ciudad, la estética y el espíritu de Kensington rompe con el tono sombrío de Toronto: En el mercadillo callejero y las tiendas de comestibles descansa una parte importante de la esencia de este lugar. Se nota, acaso por encima del resto de países, la impronta latina, al menos en lo tocante a gastronomía: probablemente sea el lugar donde comer -a buen precio- las mejores arepas de la ciudad y comprar todo tipo de quesos. Las tiendas de ropa también están muy solicitadas. Sobre todo, las de segunda mano y estilo retro.


 
Reina en Kensington, precisamente, cierta obsesión por el pasado. Quizá porque conforma una de las áreas más antiguas de Toronto y cuenta todavía con edificios levantados a finales del siglo XIX, lo que tratándose de una ciudad extremadamente joven como ésta es mucho decir. En sus orígenes -allá por 1880- el barrio congregó a las primeras remesas de inmigrantes escoceses e irlandeses que llegaron a la ciudad. Durante las tres primeras décadas del siglo XX, los judíos procedentes de Europa lo hicieron suyo hasta que, a partir de 1950, se fueron mudando a zonas más prosperas, dejando su lugar a los habitantes de las Azores que huían de la dictadura de Salazar. Desde entonces, la llegada de inmigrantes se intensificó. Primero, caribeños y asiáticos; y más tarde los procedentes de África, Sudamérica, Centroamérica y Oriente Medio, con quienes se terminó de conformar la amalgama actual.
Los negocios del distrito son independientes y familiares, ya que las grandes firmas no han conseguido extender sus tentáculos por la zona -al menos no en forma de establecimientos-. Hay un acuerdo tácito entre barrio y ciudad para que este extremo se respete, aunque la polémica siempre está latente. En el año 2002, Nike abrió una tienda en el corazón de Kensington y enseguida comenzaron manifestaciones, conciertos y performances de protesta, realizadas por una parte de la comunidad. La franquicia resultó un fiasco y desde entonces ninguna gran firma lo ha vuelto a intentar.
 
Kensington es el lugar de los artistas y escritores, el de los estudios de fotografía y las galerías de arte. Flota cierto tufillo hipster, es cierto, y con frecuencia algunos locales caen en la extravagancia, en forma de creperías vegetarianas, por ejemplo, pero esto se debe más a su espíritu ecológico que a otra cosa.
 
También es el vecindario con menor tráfico de Toronto. Según el censo del Ayuntamiento, más de la tercera parte de los habitantes de Kensington acude andando al trabajo. Además, el último domingo de cada mes, tres de las calles principales que cruzan el vecindario (Augusta, Baldwin y Kensington) quedan cerradas a los coches para levantar un mercadillo callejero que incluye bailes, teatro y música.
 
(Jorge Martínez, El barrio bohemio de Toronto, artículo publicado en El País, el 3 de abril de 2013)

 A continuación, toda una retahíla de aviones, taxis y más aviones hasta nuestra llegada a España, un día más tarde. Sin embargo, tuvimos tanta suerte en todo momento que realmente aún no me lo creo. El vuelo de salida desde Toronto a Nueva York llegó con casi una hora de adelanto, lo que nos permitió desplazarnos con holgura desde Newark hasta el aeropuerto de JFK, tomar las maletas de la consigna y esperar el siguiente vuelo a Madrid. Unas cuantas horas después pisábamos tierras compostelanas con todo lo puesto, con ganas de comer tortilla y recuperar sueño perdido. Aún quedaba un largo fin de semana para poder recuperar fuerzas y dejar que todos los paisajes, experiencias y aventuras quedaran impregnados en nuestro personal libro de recuerdos.
 

Una buena manera de morir

El miércoles, temprano, salimos hacia las cataratas Niágara con Nathan al volante –sí, como los ‘hot dog’ de Coney Island- el conductor de un mini bus en el que íbamos solos, quien nos fue explicando con gran excitación toda la historia de la zona. Finalmente contratarle fue la opción más barata entre todas, ya que la excusión abarcaba un par de puntos de interés a mayores: pudimos admirar la vista desde la torre situada  justo frente a las cataratas y, en el camino de vuelta, paramos a degustar los mejores vinos de la zona en una bodega muy particular.
 

 

En las propias cataratas nos encontramos con un intento de suicidio, que mantuvo acordonada la zona más bonita de la caída de agua durante toda la mañana, por lo que no pudimos acceder para hacer fotos, pero aún así nos  quedamos impresionados por su belleza, la fuerza del agua, todo el paraje nevado, el puente que separa ambos estados, Nueva York y Ontario, el lado canadiense y el americano... Fue una vista totalmente diferente a lo que esperábamos encontrar, imagino que las guías turísticas venden la zona con imágenes de verano o primavera, con el campo verde y brillando el sol. Nada que ver con lo que veían nuestros ojos, pero nada despreciable de esta otra manera. Si hay que ponerle alguna pega, inevitablemente el frío que hacía, ya que alcanzamos temperaturas negativas durante los días que estuvimos en Canadá.
Nos llamó la atención que desde principio de siglo XX, muchos intrépidos aventureros quisieron dejar su impronta en la historia de las Niagara Falls y llenaron los periódicos con días señalados en los que se tiraban agua abajo metidos en barriles de madera primero, y de acero u otros materiales con el paso del tiempo. Algunos lograron llegar indemnes a su destino, pero muchos otros murieron en el intento.
En la bodega, ya de regreso, me llamó la atención una especialidad hecha con las cepas congeladas, de las cuales extraen dos gotas de líquido de cada una de las uvas. El resultado es una especie de vino dulce, más espeso que al que estamos acostumbrados, pero muy bueno, en ambos sabores que probamos, el normal y con cierto toque a frutas del bosque, pero claro, de precios prohibitivos.  Me parece que sean alguna zona de Alemania también lo comercializan, pero nunca había oído hablar de él.
Por la tarde, aún nos dio tiempo a visitar el AGO (Art Gallery of Ontario) con una galería superior, tienda y restaurante diseñados por el arquitecto americano, Frank Gehry. Descubrimos la pintura de algunos artistas canadienses donde el estilo pop-art y los colores planos y primarios los aplicaban a estampas invernales, admiramos algún cuadro de Monet, Modigliani, Chagall, Picasso y pudimos acceder a varias exposiciones puntuales: una retrospectiva de la obra fotográfica de Patti Smith, otra sobre el Renacimiento y una exposición de fotografía de un artista checo. Para finalizar la visita me compré una pulsera muy original diseñada por un artista canadiense. Parece un tenedor de plata retorcido con unos sutiles apliques de piedra.
 

Pero nuestra visita a Canadá la quisimos rematar con algo realmente especial, y por eso fuimos a cenar al restaurante mirador de la CN Tower. Unas vistas maravillosas de toda la ciudad de Toronto, ya que en esta ocasión no nos dio tiempo a  patear mucho de la ciudad. Una visión de 360º mientras degustábamos platos típicos del país.
 

Un salto al Canadá

Al día siguiente, martes, viajamos a Toronto. Después de un buen madrugón logramos dejar las maletas en Consigna del JFK y embarcar rumbo a Canadá. Si, un nuevo sello en nuestro pasaporte, y un frío helado al llegar nos dio la bienvenida. La anécdota la tuvimos al entrar, en la entrevista con la policía montada del Canadá (pero sin montar, no es plan tener caballos dentro de un aeropuerto...), que no se creía que lleváramos viajando un par de semanas por Estados Unidos con tan solo una mochila.


-          ¿Qué venís a hacer a Canadá?
-          Ver las cataratas.
-          ¿Y cómo tenéis pensado ir?
-          No tenemos ni idea, miraremos cuál es la mejor opción, si bus o tren.
-          ¿En serio?. En fin -escaneo de arriba abajo con la mirada- Podéis pasar.

Nos estuvimos riendo todo el viaje en taxi hasta el hotel.  A una muchacha con rasgos orientales que estaba por delante de nosotros en la cola de Aduanas, poco más y le hace desnudarse después de haberle abierto todas las maletas, los neceseres, bolsos, enseñado facturas, etc. Nosotros debimos caerle en gracia, o simplemente, no quiso aventurarse a oler la ropa sucia acumulada en la mochila desde hacía dos semanas...
 
El hotel estaba ubicado en pleno centro de Toronto. Tras una breve siesta, en la oficina de Turismo más cercana preparamos nuestra excursión a las cataratas y una reserva en el mirador de la CN Tower y después preguntamos por los hitos destacados de la ciudad. Nuestro objetivo en Toronto eran las cataratas así que todo lo que viniera a mayores sería un regalo, pero sobre todo deseábamos calma, ver sin prisas. Y casi sin querer disfrutamos de un musical al mejor estilo de Broadway en uno de los teatros más bonitos que he conocido: The Wizard of Oz.


Breakfast in Tiffany's

El lunes era el único día al completo que pasaríamos en Nueva york, y por lo tanto, en Brooklyn, que era la única parte que nos quedaba por ‘patear’, pero antes teníamos algo que hacer en Manhattan: visitar Tiffany’s y el colmado de Dean & Deluca, tal y como lo recordaba de la serie Felicity en mis años universitarios. Un pequeño trayecto en metro y ya estábamos en el Soho para cumplir uno de los sueños de mi madre, pisar en su nombre la joyería más famosa y fotografiada de la historia de NY. No me sentía la protagonista de Desayuno con diamantes, pero si un poco pobre al ver los precios de alguna de las piezas. Aún así, logramos un buen precio para dos regalos destinados a nuestras progenitoras bajo la mirada atenta del vigilante de seguridad. Acto seguido tomamos de nuevo el metro.
Esta vez, tras un recorrido un poco más largo,  llegamos a Coney Island con la intención de probar el perrito caliente más famoso de la ciudad, en Nathan’s. La comida no quedará en nuestra memoria durante mucho tiempo, pero agradecimos la visión del mar y el espectáculo del parque de atracciones más cinematográfico del mundo. Aún así, esperaba algo más rocambolesco y antiguo, pero me encontré un circuito de diversión muy parecido a los que estamos acostumbrados a ver.


La vuelta la hicimos por Prospect Park, la biblioteca local y regreso al puente más famoso de Nueva York para admirar el skyline de Manhattan. Creo que conseguimos unas buenas imágenes que pasarán a formar parte de nuestra colección privada de fotografías de viajes.
 

El Unión Hotel in Brooklyn parecía mejor de lo que en realidad fue, se escuchaba el trasiego de otras habitaciones y éstas eran demasiado pequeñas. Teníamos  que ir a desayunar a un bar típicamente americano, con las típicas camareras americanas, y el desayuno típico americano. Por cierto, mira que comen mal estos americanos. Nuestra dieta a lo largo del viaje se basó en comida italiana, que nunca falla, aunque íbamos alternando con compras frugales en el supermercado para poder depurar de vez en cuando de tanta pizza y hamburguesa.

Sin embargo, la buena ubicación del hotel nos permitió también visitar el sur de Manhattan y Brooklyn con total comodidad. Creo que lo organizamos bien en ese sentido. Aprovechamos la localización céntrica del NH para visitar los barrios y zona norte de Manhattan,  y el de Brooklyn para la parte sur. Totalmente recomendable.
 
 

26.5.13

De Staten Island a Brooklyn pasando por el recuerdo

Intentamos madrugar el domingo para acercarnos a Battery Park, la zona sur de Manhattan, con la intención de tomar el ferry a Staten Island y divisar desde la barandilla la grandiosidad de la Estatua de la Libertad. Sin embargo, después de haber estado al pie de los mayores rascacielos del mundo, el legendario regalo que recibieron los americanos de los franceses en 1886 para conmemorar el centenario de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y como un signo de amistad entre las dos naciones, parecía una insignificancia. De hecho, comparado con los edificios que dejábamos atrás, apenas levantaba unos palmos del suelo. Parece que la historia y el paso del tiempo han hecho que otras construcciones tomen mayor relevancia, al igual que pasó con el Chrysler Building o el propio Empire State en competencia con otros rascacielos de la Gran Manzana.
 
 
Llegados a destino tomamos el siguiente ferry de vuelta a Manhattan y paseamos por el Financial District, donde una calle estrecha guarda celosamente el antiguo edifico de la Bolsa, supervisado por la mirada indiscreta de George Washington, primer presidente de los Estados Unidos. Alrededor de Bowling Green, y su toro de bronce que representa el optimismo y la prosperidad financiera desde la crisis bursátil de 1987, parten diversas calles donde apenas llegan los rayos del sol. La altura de los edificios que albergan la mayor parte de las instituciones financieras de la ciudad parece que ahoga a los transeúntes, ocupados en llegar apresuradamente. Salimos de la zona por uno de sus laterales hasta llegar a la Zona Cero, el espacio dejado por las torres gemelas después del atentado sufrido en septiembre de 2001.
 
Si bien pasamos por el distrito financiero de puntillas, la antigua ubicación del World Trade Center nos conmovió, sobre todo tras visitar la iglesia de San Paul, la capilla más antigua de Manhattan y que permaneció intacta tras los ataques. Durante nueve meses, la parroquia fue utilizada como un refugio donde los rescatadores dormían, comían, se bañaban y lloraban sus penas. Los transeúntes dejaban flores en sus rejas de hierro, y los familiares de las víctimas acudían para dejar volantes buscando noticias de sus seres queridos que nunca regresaron a sus casas. Cientos de esos objetos se exhiben aún en la iglesia, junto con entrevistas, fotografías, banderas y carteles recibidas desde todas partes del mundo para honrar a las víctimas de los ataques: bomberos, trabajadores, pilotos, policías, y todo el personal, desaparecido o herido, que fue víctima directa o indirecta de los atentados, aquellas que colaboraron en la evacuación y recuperación de la zona y que no vivieron para contarlo. Las fotos de la época recuerdan aquel mismo lugar envuelto en llamas y cenizas, con hombres y mujeres agonizando.



Una autentica tragedia que aún hoy, más de diez años después, mueve la emoción a sus anchas entre los miles de visitantes del 11/9 Memorial. Paseamos entre las dos grandes cascadas que ocupan el lugar de las antiguas torres, alrededor de las cuales ya se encuentran a punto de rematar los cuatro rascacielos que configuran el nuevo complejo del World Trade Center, junto al museo diseñado por Daniel Libeskind, arquitecto que lidera la proyección de dicho complejo y quien tuvo que lidiar con el resto de colaboradores para llegar a un acuerdo entre todos los implicados (entre ellos Santiago Calatrava).

El edificio estrella del proyecto, la Torre de la Libertad, ya está a punto de rematarse. No sólo será el rascacielos más alto de Manhattan, con 90 pisos y tres millones de pies cuadrados, sino de todo el hemisferio norte. Sus 541 metros con aguja incluida superan los 443 del Empire State, contando con la antena, el más alto en la actualidad.

Con el corazón aún encogido nos dispusimos a atravesar el puente de Brooklyn por primera vez, tras dejar atrás el City Hall. El cielo ya amenazaba con descargar lágrimas en cualquier momento, pero no impidió que disfrutáramos de cada paso por el puente colgante. Fue construido entre 1870 y 1883 y constituyó un emblema muy innovador de la ingeniería del siglo XIX, por la utilización del acero como material constructivo a gran escala. Ni que decir tiene que también nos encontramos andamios en la pasarela, así como en muchos otros monumentos de la ciudad. Fue tal el fastidio que decidimos hacer de los muros de obra algo creativo y los incorporamos a las fotos como nuestro ‘proyecto personal’. Puede que todos los turistas tengan fotos de estos lugares emblemáticos tal cual se construyeron, pero no creo que muchos los hayan retratado con andamios delante…de lo más ‘chic’.
 
 
 
 Creo que lo que más me gustó de toda la visita a Nueva York fue la vista del skyline desde el exquisito barrio de Brooklyn Heights. Estaba ya anocheciendo y las luces de los edificios comenzaban a encenderse. Al fondo la Estatua de la Libertad, tan pequeña pero sin dejar de irradiar prestancia e influencia sobre la bahía. Aún no habíamos comenzado a sacar las primeras imágenes cuando empezó a llover copiosamente. Besándonos como adolescentes debajo del puente, decidimos meternos en un pequeño restaurante bohemio del barrio de Dumbo para cenar tranquilamente. Mañana habría tiempo para regresar a sacar las mejores fotos del viaje.





En el corazón del 'Village'

Reservamos para el sábado la mejor parte de Manhattan. East Village, Greenwich Village, Soho, Tribeca, Little Italy, Chinatown y Washington Square Park, donde vimos a un pianista mostrando su arte en el medio de la plaza y a un par de primos haciendo un espectáculo bajo el arco. No pude evitar comprarme un bolso en una tienda vintage de segunda mano y un par de libros en el  NY Tenement Museum.
Pero lo vivido por sus calles no se puede resumir en un par de líneas y dos ataques consumistas. A día de hoy no se sabe muy bien donde está el límite entre un barrio y otro, de repente cruzas una calle y te encuentras rodeada de chinos. La Chinatown de Manhattan era considerada la más grande del hemisferio occidental, pero está siendo desbancada en los últimos años por su homónima en Queens. Con sus mercados de ruta y pescado y sus pintorescas tiendas de recuerdos, Chinatown impresiona a los visitantes como un exótico y vivo mercado. De Little Italy apenas quedan un par de calles que por la parte norte ya se considera la zona de Nolita. Lugar preferido por los inmigrantes italianos, hoy mantiene una atmósfera similar por sus restaurantes y panaderías. Los edificios aquí son un combinación del estilo de los lofts de hierro fundido del Soho y de las casas de vecinos del Lower East side.
De Tribeca y Soho se desprende un profundo olor a dinero por todas las esquinas: tiendas de moda, boutiques exclusivas, cafés de clase alta rodean las calles que otrora fue el centro de la industria textil después de la Guerra civil. Sus almacenes de hierro fundido almacenaban fábricas textiles y otras manufacturas ligeras. A mediados del siglo XX la zona perdió valor para la industria y sus almacenes pasaron a ser ‘lofts’ que se convirtieron en primordiales para estudios de artistas y galerías de arte.
Lower Eas Side y East Village vive el auge de construcción de viviendas de vecinos y la Greenwich Village se ha convertido en una gran área residencial en el lado oeste de Manhattan. El distrito histórico de Greenwich Village se encuentra inscrito como un Distrito Histórico en el Registro Nacional de Lugares Históricos desde el 19 de junio de 1979. Originalmente el barrio fue un pueblo aparte, (otro "village") creado en 1712. En 1822, una epidemia de fiebre amarilla en Nueva York hizo que los residentes se mudaran a Greenwich Village en busca de su mejor aire.
 

 
Greenwich Village ha sido conocido como un bastión de cultura artística y bohemia. Vecino de la aldea e icono cultural, Bob Dylan, a mediados de los 60, se convirtió en uno de los compositores más importante y populares en el mundo, y con frecuencia los acontecimientos en el Greenwich Village que influyen en el movimiento folk-rock que ocurren simultáneamente en San Francisco y otros lugares, y viceversa. Docenas de otros iconos culturales y populares tuvieron su inicio en el club nocturno de la aldea, el teatro y la escena del café durante los años 1950, 1960 y 1970, en particular, Jimi Hendrix, Barbra Streisand, Simon & Garfunkel, Joan Baez, The Velvet Underground, y Nina Simone entre otros. Actualmente viven algunas celebridades tales como Nicole Kidman, Willem Dafoe, Sarah Jessica Parker y Matthew Broderick, entre otros.
 
 
En Greenwich Village se encuentran la calle Christopher y la posada Stonewall, donde se llevaron a cabo los disturbios de Stonewall en 1969, que dieron inicio al movimiento de liberación gay. El nombre "the Village" pronto se volvió un término genérico para denominar a un barrio de tendencia gay, sólo debemos recordar el grupo musical The Village People.
El edificio donde supuestamente viven los protagonistas de la serie Friends está situado en este barrio. Concretamente en la esquina de Bedford con Groove, aqui tambien estaría Waverly Place, de las serie Los Hechiceros de Waverly Place, también reconocida como unas de las calles "de ambiente" de la zona.
Por la noche decidimos hacernos los pijos y cenar en el Soho, pero no debieron de vernos lo suficientemente engrasados de pasta en el Dutch porque después de estar esperando una hora por la mesa tuvimos que marcharnos a un restaurante japonés cercano.

 

22.5.13

A vista de pájaro

El viernes fue el turno del Empire State. Logramos colarnos al interior del ascensor en un tiempo récord y no esperar cola sin necesidad de pagar el ‘extra’ que los listillos pretendían vender a los turistas. Ni que decir que las vistas desde el piso 84 son espectaculares, pero es que desde la 102 no tengo palabras. Me llamó la atención la cantidad de helicópteros que sobrevolaban la ciudad, pensando que pertenecerían al Police Department, pero no. Nueva York es una de las ciudades más seguras de Estados Unidos y apenas hay incidentes, al menos en el centro de Manhattan. Más tarde, cuando bajamos al sur a coger el ferry a Staten Island, nos ofrecían a nosotros también volar quince minutos en helicóptero por 180 euros cada uno. Evidentemente se quedó en eso, en oferta, la vista de pájaro la tuvimos desde el edificio más alto de la ciudad, tras la caída del World Trade Center en 2011.
 
 
Ya en la calle nos dirigimos al barrio de Chelsea, al que tantos poetas y músicos dedicaron muchas de sus letras, sobre todo al famoso Hotel Chelsea, que hoy se cae a pedazos. Sid Vicius asesinó allí a su compañera en 1978, el poeta Dylan Thomas cayó en coma tras ingerir 18 whiskies; Leonard Cohen, Joni Mitchell, Jon Bon Jovi y un sinfín de artistas le dedicaron canciones tras pasar por sus habitaciones. Hasta Henri Cartier Bresson fue atraído por este edificio de ladrillo rojo inaugurado en 1884 que hoy aparece cubierto por plazas conmemorativas tapadas por andamios que sujetan sus ruinas. Pero antes de llegar nos deleitamos con otro de los edificios de factura americana, digno de admirar: el Flatiron Building. Era uno de los edificios más altos de NY en 1902, y cuenta con un homólogo en Toronto, aunque éste carece de su altura. Cerca del Flatiron, una tienda de objetos para casa hechos a mano en cerámica por diseñadores neoyorquinos; allí descubrimos que en Brooklyn cuentan con un dialecto propio, lo cual nos vino muy bien unos días después, cuando pudimos comprobarlo por nosotros mismo.

En Union Square paseamos por un mercado de flores y nos divertimos con espectáculos callejeros antes de llegar al mercado de Chelsea. De nuevo zona de dinero, muy londinense, estilo eco-moderno, cristal, madera y toques de color por todas partes. Me encantó el diseño de la era post-industrial, pero ya no es original, se ve en todas partes, aunque mantenerlo es lo que lo hace realmente interesante. Salimos con la comida puesta y nos dirigimos al High Line, un proyecto de rehabilitación paisajística en las antiguas vías aéreas de tren, ahora convertidas en paseo peatonal con cubierta vegetal, bancos de madera y preciosas vistas sobre el barrio. Las bicis campan a sus anchas. Comimos entre niños que no paraban de reír. Bendita inocencia. Una delicia. El sol aún brillaba a pesar de lo avanzado de la tarde...

(Chelsea Market, NYC, 2013)
 

Tras los pasos de Woody Allen

Al día siguiente, jueves, nos decantamos por Queens, ya que dicen que tiene el barrio chino más famoso de NY, incluso por delante del originario, en pleno Manhattan. Al bajar de nuevo al centro nos movimos esta vez por la zona este de Central Park, con parada obligada en los museos Metropolitan, uno de los más grande del mundo, y el Guggenheim. Me hizo ilusión entra en el hotel Carlyle, donde una vez a la semana toca el clarinete Woody Allen acompañado de su banda. Demasiados escondites exquisitos con olor a dinero a medida que te acercas a la parte alta de la Quinta Avenida.


La tienda Apple abre esta calle, como no podía ser de otra manera. La segunda de la ciudad después de la del Soho. Un cubo acristalado coronado por una sutil manzana te invita a bajar por una escalera que guarda una barandilla de 3 cm de grosor, de una pieza, perfecta anatomía de la arquitectura moderna. No tengo comentarios de lo vislumbrado dentro, ya que ni siquiera acabamos los últimos tramos de escalera. Salimos en dos segundos de aquel sótano insalubre lleno de forofos de Jobs jugando con sus aparatitos. Incluido un espacio dedicado al enganche de los más pequeños, para crear monstruos paranoides tecnológicos desde la más tierna infancia. Para huir al segundo.
Justo al lado, una tienda de juguetes de postín cuyo reclamo es el piano de la película ‘Big’, protagonizada por Tom Hanks. Dos pasos más allá me pareció recrear a Audrey Hepburn delante de Tiffany’s. Apenas recuerdo nada más de todo lo visto después en la Fifth Avenue. Eso sí, era Pascua, y entramos en una iglesia a escuchar a los reverendos.

 

There is a rose in Spanish Harlem

Después de un largo viaje de ida, era miércoles nuestro primer día de estancia en Nueva York. Aprovechando la buena ubicación del NH decidimos ‘barrer’ la parte norte de la ciudad, y comenzamos por Harlem. A medida que uno se va adentrando en el barrio parece que ya conoces lo que ves, y esa sensación nos acompañó durante todo el tiempo que permanecimos en la ciudad. Las películas ya han dejado un profundo poso en nuestro inconsciente y el imaginario personal completa el resto de la imagen. En lo positivo y también en lo negativo, ya que apenas quedan restos del carácter bohemio, desgarradoramente musical y negro de esa parte de Nueva York, del reavivamiento cultural y artístico que vivió el barrio en los años 20. Los míticos clubes de jazz han cerrado y el frio no invitaba a salir a los músicos callejeros.
 
 
 Descubrimos una parte muy creativa en la Escuela de Arte de Harlem, donde una simpática profesora española nos enseñó las instalaciones en las que se imparten los talleres de pintura, de escultura, un pequeño teatro donde se representa estos días por los alumnos la obra de El Rey León, las salas de danza... una pequeña regresión a mi estancia en la Escuela de Artes de Londres, ya en 2009.

El Teatro Apollo es uno de los clubs de música popular más famosos de los Estados Unidos. Se le menciona en la canción de Lou Reed "Take a Walk on the Wild Side". Es donde muchos artistas de este movimiento encontraron un lugar donde plasmar su talento. El club fue decayendo en los años 60.

Hicimos la siguiente parada en la Columbia University, tan lejana que parece en los mapas y tan metida en la ciudad como se encuentra en la realidad. Me acordé de mi colega Alessandro, quien antes de enrolarse en la cadena de televisión Al Jazzera Internacional se acabó de formar en estos pasillos abovedados y salones engalanados de una de las universidades de mayor prestigio en el mundo.

Bajamos por la zona oeste de Central Park para acabar devorando nuestro primer ‘slice’ de pizza americana, la primera de muchas en todo el viaje.  Descubrimos el pequeño rincón de parque dedicado a John Lennon, frente al edificio Dakota, donde le asesinaron, y convertido en uno de los bloques de apartamentos más caros de la gran manzana. Antes de meternos en Middle Manhattan nos acercamos a una de las entradas de Central Park, recorrimos Times Square y acabamos en la Gran Estación Central. Se cumplen en la actualidad cien años de la inauguración de la primera línea de tren llegada a la Gran estación de Nueva York. Parece que el tiempo se ha detenido en ella, en el majestuoso reloj que preside el vestíbulo principal. Parece que aún fue hoy cuando se tomó la famosa imagen de la estación bañada por el haz de luz que cae desde las ventanas superiores. Uno de los lugares más especiales de la ciudad, tanto de día como de noche, siempre en movimiento, y siempre con trasiego de viajeros que saben muy bien a dónde se dirigen.